Consigna: Ensayo acerca de El Interior de Martín Caparrós, retomando las notas de lector anteriores sobre los primeros capítulos del libro.
Buscando el país de nunca jamás
Un cronista es quien puede contar cosas que sorprenden por lo creativamente pensadas y por la forma en que las cuenta. El mundo es del color del cristal con que se lo mira, dicen. Habría que agregar que es, también, lo que la forma del marco del anteojo permite encuadrar. Porque como diría Angela, la chica de Cuando ella saltó, mirar y ver no es lo mismo. Uno mira con lo que tiene adentro suyo. El Interior es como un ovillo que se va desenrollando, despacio, con ironía, y que en los diferentes cruces del camino va construyendo un tejido con forma de país. Aquel país que para el cronista está hecho de lo que se perdió; pero que intenta encontrar a través del viaje porque hay una voz que le dice “busca lo que nunca perdiste”
“La idea es que, si la gente no piensa, nunca va a tumbar esto, y que acá se puede aprender colectivamente a pensar. Esto es la protohistoria, Martín, no es ni la historia ni los años sesenta. Es pensar que otra vez hay que ponerse a pensar, a buscar algo que no sea esa pantalla que te dice compre esto, compre lo otro. Pensar que uno va a ser el abono, el camino de huesos que va a pisar mucha gente hasta que se pueda cambiar algo...” Como diría León (Gieco), “es cómo piensa la gente a veces la diferencia”. Y es esto lo que el cronista intenta ver, mostrar, pensar. Este cronista que llega hasta la última página pensando que su historia es parte de la historia de algo que nunca ha perdido (un país).
Elinterior (así, todo junto) es “mucho más que un país: una palabra”, dice el cronista. En la palabra está el poder de la identidad, parece decir. Y está también la forma (así, todo junto); la forma en que la realidad se vuelve símbolo. Pero, más tarde, este cronista que historiza, que envuelve y desenvuelve, que pero viene, descubre que en los orígenes de la patria, los porteños le sacaron a Córdoba “un símbolo de su poder, la única imprenta del país, para instalarla en la plaza de Mayo y decir aquí es donde se imprime la palabra: donde se decide y se maneja la palabra”. Y, de nuevo, ¿cuánto importa una palabra?, ¿y un pensamiento?, ¿quién tiene la palabra?... La palabra es dominio. Y rebelión.
A lo largo de los capítulos, el cronista se preocupa por ese poder de la palabra para generar acciones y sustentar identidades. Y se ocupa de conceptualizar a partir de la descripción el efecto de quienes monopolizan la palabra, del status de la palabra. En San Juan el cronista dice que la publicidad otorga el prestigio de ser modernos. “Mar del Plata te espera”, recuerdo que decía una publicidad el verano pasado... ¿un lugar espera algo acaso? ¿no serían las personas quienes debieran esperar cosas? ¿quién tiene el poder de decidir qué mirar: el mar o la gente? Como diría Chango Spasiuk, la flor no necesita explicación, sólo tiene sentido si alguien se acerca, la mira, la huele... y la flor está ahí, sin ningún cartel que diga “esto es una flor” ¿Por qué será que el turismo necesita rótulos?, parece preguntarse el cronista... Medios y turismo, viaje y mirada... Binomios de suma cero: si gana uno, pierde el otro.
Interior, medios de comunicación, poder, estereotipos y monopolio de la palabra están condensados en el siguiente fragmento que el cronista deja en suspenso, haciendo que el silencio sucedáneo sea más que elocuente: “Leo en la página trece del Diario de Cuyo que ayer murieron tres personas en accidentes de tránsito. Después el artículo dice que uno era un obrero rural en bicicleta pisado por un camión cuando iba a trabajar, otro un chico atropellado por un colectivo mientras jugaba al fútbol y otro un ciclista por un camión. Me imagino los títulos de primera página si hubiera muerto en un asalto” ¿Decisión mediática? ¿Decisión empresarial? ¿Patrón inconsciente? ¿Decisión política? Confianza excesiva en los medios, probablemente... Como la señora que esperaba que el problema de su sándwich con un gusano trascendiera, o el señor que creía la población de su ciudad porque lo decía Clarín. El poder de los medios...
Un medio de comunicación y lo que un proyecto político hace con él es, podría decirse, un aspecto de la frontera. Un proyecto político es, en todo sentido, la delimitación de algo: un algo. “... Los hijos de los argentinos también están muy familiarizados con el portugués, sobre todo por la televisión”... “A la entrada del pueblo hay un cartel: Sólo se ama lo que se conoce. La patria comienza en la frontera. Bienvenidos a Bernardo de Irigoyen” De nuevo: ¿qué es una frontera?, ¿qué es la patria?, ¿cuándo se entra a un país?, ¿una frontera es un lugar comunicado? Los medios ponen en juego identidades que se desvirtúan o que quedan entre bambalinas porque lo único que interesa (no siempre) es montar un escenario donde las cosas suceden. Como esa escena de Historias Mínimas en que la chica de pueblo que se gana una multiprocesadora termina con el inútil set de belleza porque no tiene donde enchufarla. Había algo oculto, bello, en la mirada de esa chica que la escenificación del programa televisivo en el participó no llegaba a reflejar. En esos huecos se mete el cronista
“... que para eso sirven los medios, y la radio en este caso, para que todos puedan viajar, algunos en los hechos, otros con la imaginación: que esa también es la tarea social que los medios le deben al la gente” Y el cronista se ríe, un poco... Quizás por lo de tarea social; o por esa voluntad exagerada de colaborar en la vida de las personas con que parecen contar los medios de la que la cita se hace eco: viajar con la imaginación, lograr la igualdad. Noble tarea la de los medios...
Cruel en el cartel
La propaganda manda
Cruel en el cartel
“Viajar por las zonas turísticas es más complicado –porque todo está hecho para que sea más fácil. Es como mirar la tele: todo preparado para que cumplas con un papel de receptor para dejarte en un lugar acotado, cerrado”. El turismo que cierra; el viaje que abre (interrogantes).
En definitiva, todas esas cosa que ve el cronista pueden ser cotidianas. Como el mate, es decir, chupar agua a través de un fierrito. Pero ver, ser conscientes de lo que nos constituye, es semilla que siembra el cronista. Ver no suele ser algo fácil cuando de lo que se trata es uno mismo –lo argentino. Hace pocos días una persona me contó que su hija de veintitantos años que sale del país al menos dos veces por año (y ya no digo “viaja”...), había vuelto de Machu Pichu y un comentario en el café había sido que estaba perdiendo la capacidad de asombro. No le dije nada a esa persona. Sólo pense cómo sería estar frente al Aconcagua, o con los pies en un río cordobés, o caminando la tierra colorada de Misiones o un valle salteño; más simple aún, pensé en esa descripción que el cronista realiza de su vuelta, de esa tranquilidad de ver llanura nuevamente. Volver con necesidad, ser capaces de mantener el asombro, mirar (“aquello que, de otra forma, no miraríamos”), no asustarnos de estar en paz ni de estar perdidos en lo conocido/desconocido; ¿eso sería viajar?