domingo, 14 de diciembre de 2008

Llegada a destino

Les agradezco a todos el haber compartido este año de trabajo de escritura en el taller.
Para continuar con la metáfora, hemos llegado al final del viaje...

Les deseo muy felices fiestas, y un 2009 pleno, de crecimiento y armonía,
Disfruten de sus vacaciones!
saludos,
Celia

viernes, 5 de diciembre de 2008

Devolución de carpetas y entrega de notas

Hola a todos,
Las fechas de devolución de las carpetas serán:
Comisión 57: miércoles 10 entre 19 y 20 horas.
Comisión 61: jueves 11 de diciembre entre 15 y 16 horas,
Si quieren, siguiendo la sugerencia que me han hecho algunos, aprovechamos para hacer un brindis de fin de año con bebida y algo para picar...
Si no llegan a poder ir, por favor envíen a alguien para que retire la carpeta la nota.
Las libretas se firman en las mesas de finales,
saludos y hasta la otra semana,
Celia

lunes, 3 de noviembre de 2008

Entrega de segundo cuatrimestre

Entregas de segundo cuatrimestre:
Fechas de entrega:
-Comisión 57: 19 de noviembre.
-Comisión 61: 20 de noviembre

1-Se incluyen los trabajos del primer cuatrimestre y un índice en la carpeta. Aquellos que debían trabajos pueden completarlos en esta entrega.
2- Breve ensayo sobre Estación Central.
3- Cartas (2 juegos de 4 cartas cada uno). Aclarar nombre de autores.
4-Notas de lector de La Argentina Crónica
5- Cardona- Aplicar conceptos al apartado de Los viajeros en el cuaderno de viaje y escritura.
6-Fichaje de problemas marcados en primera parte de la carpeta.
7-Breve ensayo sobre La Argentina Crónica.
8-(comisión 57) Nota de opinión sobre situación de la facultad.
9-Reseña de mesa de Jornadas de la carrera.
10-Notas de lector de ensayos del cuaderno (Calvino, Montaigne y otros 2 a elección).
11- Plan de ensayo
12- Edición de ensayo de un compañero (criterios: cohesión y coherencia textual, planteo/tesis, desarrollo argumentativo, intertextos, estilo, adecuación al género).
13-Fichaje de teóricos.

jueves, 23 de octubre de 2008

Para agendar

En el marco de las Jornadas de la carrera de Comunicación, la cátedra organizó un encuentro entre las distintas comisiones del taller para compartir lo que se ha trabajado durante el año. El encuentro es el jueves 30 en el horario del segundo teórico (las 19 hs.), aula 104.

Es una buena oportunidad para conocer la escritura y el trabajo de las otras comisiones.

Los espero a todos allí. Lleven copias de sus relatos finales. Pueden elegir algún fragmento para leer, y si prefieren, pueden contar el proceso de escritura.

sábado, 18 de octubre de 2008

Frase de Walsh

Les dejo una frase de Rodolfo Walsh (en su autobiografía):

"La escritura es un avance laborioso a través de la propia estupidez".

(en la entrada "notas de clase" pueden ver el resumen de la última clase para las dos comisiones).

jueves, 16 de octubre de 2008

Notas de clase

Para la próxima clase:

-Preparar plan de ensayo que incluya un mapeo de tema y problema y posible estructura del ensayo. También incluyan intertextos que usarán y un avance de citas extraídas de esos textos (para entregar). Recuerden: el ensayo tiene que tener una relación con la temática del viaje. Revisen el cuaderno de Viaje y escritura del cuatrimestre anterior.
-Consigan el cuaderno de ensayo que está en apuntes. Los que no estuvieron la clase pasada, lean el ensayo de Calvino, Colección de Arena.
-Del cuaderno de ensayo, recomiendo comenzar por leer el primer apartado y el segundo. Del primero, empiecen por la definición inicial y el texto de Eco. Del segundo, recomiendo empezar por Sarlo.


saludos,
Celia

jueves, 2 de octubre de 2008

Notas de última clase y punteo para las que vienen

Para todos,
1-Comisión 61 (jueves): El jueves que viene voy a dar clase.

2-Terminen la lectura del libro, continúen con notas de las crónicas que más les interesen, lo mismo con el relevamiento de las reflexiones de los autores sobre el género. Próximamente: un breve ensayito basado en esta lectura del libro (retomando, por supuesto, las notas de lectura que han hecho).

3-Para la próxima clase lleven pensado el tema del ensayo final. Vuelvan a mirar todos los materiales de lectura y sus trabajos de escritura. Allí encontrarán los temas que les interesan (un tema vinculado con el viaje). Lleven una "lluvia de ideas" hecho en torno a ese tema elegido (citas, asociaciones con lecturas, con películas, con experiencias, ideas sueltas, contraargumentos, etc.)

4- Estén atentos: pronto sale el cuaderno de ensayo con modelos posibles para tener en cuenta.

5- Vayan elaborando la consigna de Cardona que dejé para las vacaciones: Subrayar todas las características de la escritura de viaje descriptas en Cardona y tratar de hallar estas en los textos del apartado "los viajeros" del cuaderno del primer cuatrimestre. Lo voy a pedir para dentro de un par de clases.

saludos a todos, y buen fin de semana!

Celia

domingo, 14 de septiembre de 2008

Lo feo

Comparto con ustedes una frase del escultor francés Rodin. Estaba en la muestra que se hizo en el Museo de Arte Decorativo. Creo que hay interesantes analogías con la escritura:

"Es feo en el arte lo que es falso, lo que es artificial, lo que pretende ser bonito y precioso, lo que sonríe sin motivo, lo que amenaza sin razón, lo que se arquea o se endereza sin causa, todo lo que carece de alma y verdad, todo lo que no es más que alarde de hermosura y gracia, todo lo que miente".

Auguste Rodin

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Propuesta de trabajo

Hola a todos, como sabrán, se decidió hacer un paro activo el miércoles y jueves, pero además, hay paro no docente, con lo cual la facultad estará cerrada.
Les propongo que suban sus notas de lector de las primeras tres notas del libro La Argentina crónica y que avancen con notas de los siguiente tres artículos, focalizando en:
-estructura
-uso de testimonios
-tiempo
-personajes
-recursos de descripción
-características del cronista-narrador
Por otro lado, vayan relevando 5 citas con las cuales empezar a dialogar sobre el género crónica. Pueden provenir del prólogo o de las respuestas de los autores detrás de cada nota.
Por favor, súbanlo al blog y lleven el material para compartir la clase que viene.

jueves, 28 de agosto de 2008

Próxima clase

Como anticipé por mail, la semana que viene adhiero al paro, con lo cual nos veremos recién la otra con ambas comisiones. Les dejo tarea para la siguiente clase:
1- Llevar la carta de un personaje (literario, cinematográfico o histórico) en la cual intenta convencer a otro de algo.
2- Subir el ensayo sobre Estación Central al blog.
3- Leer el prólogo y las tres primeras notas de La Argentina Crónica.
a-Analizar la estructura de las notas e intentar dibujar o diagramar esa estructura (como uds. intuyan que se pueda representar la estructura de un texto).

b-Subrayar citas del prólogo y de los comentarios de los autores detrás de las notas acerca del género crónica. El objetivo es comentar estos subrayados en clase con miras a construir un futuro ensayo breve sobre el tema.

viernes, 15 de agosto de 2008

Cuadernillo nuevo

En el blog de la cátedra:
http://tallerunoccc.blogspot.com/2008/08/segundo-cuatrimestre.html
podrán encontrar un enlace al cuadernillo de argumentación que vamos a trabajar este cuatrimestre.

(No se olviden de ver la película Estación Central)

saludos,
Celia

jueves, 14 de agosto de 2008

Estación Central

Hola a todos,
Les propongo que para la clase que viene vean la película Estación Central y traigan un breve texto de tono ensayístico sobre algún tema de la película para ver juntos en clase la semana que viene.

saludos,
Celia

viernes, 4 de julio de 2008

Blogs

Por favor, publiquen todos los trabajos que han entregado en esta parte del cuatrimestre en sus respectivos blogs.
Esto me va a permitir leerlos a distancia.

Muchas gracias,
Celia

sábado, 28 de junio de 2008

Para el segundo cuatrimestre

Les recuerdo el trabajo que queda para las vaciones y les detallo un poco las propuestas:

1-En el primer día de clases del segundo cuatrimestre entregan el relato final. La idea es que se note que hay mucho más trabajo de investigación en este trabajo. La investigación puede trabajarse en varias zonas: contexto histórico, político y social, intertextos (novelas, cuentos, notas periodísticas, textos teóricos, películas sobre el tema, nuevas entrevistas al viajero o a personas que lo rodean y pueden ayudar a construir su historia, etc.). Sugiero entregar los pretextos (material de archivo, síntesis de otros textos, etc.) junto con el texto final. Recuerden también que el cuatrimestre empieza el 11 de agosto.

2- Consigan y empiecen a leer el libro La Argentina crónica, con crónicas compiladas por Maximiliano Tomás y prólogo de Caparrós. En el trasncurso de las primeras semanas de clase les iré pidiendo notas de lector de por lo menos 5 de las crónicas del libro y luego un ensayo sobre la lectura, retomando las definiciones de los autores sobre la crónica.

3-Leer la sección "viajeros" del cuaderno Viaje y escritura y tratar de conectar con alguna de las definiciones de viajero incluídas. Detectar en cada texto los procedimientos señalados por Cardona en la escritura de viaje. Este trabajo se va a pedir también en las primeras semanas de clase.

4-Aquellos que no vieron la película Estación Central en el horario de teóricos deberán alquilarla. En el blog de la cátedra se va a subir una guía de trabajo sobre el film.


Saludos a todos y que tengan unas buenas vacaciones de invierno.

Celia

sábado, 21 de junio de 2008

Listado de trabajos para la carpeta

Para las vacaciones:
1-leer La Argentina crónica, con crónicas compiladas por Maximiliano Tomás y prólogo de Caparrós.
2-Leer la sección "viajeros" del cuaderno Viaje y escritura y tratar de conectar con alguna de las definiciones de viajero incluídas. También subrayar en cada texto los procedimientos señalados por Cardona en la escritura de viaje.

La carpeta se entrega la semana que viene. Este es el listado de trabajos. En los casos en que falte uno o dos trabajos, pueden completarlo por mail durante la semana.

1-Experiencia significativa de escritura y de lectura (con variante dada por Prof. Risé en Com 61)
2-Experiencia significativa de viaje
3-Reflexión en torno a selección de citas sobre viaje del cuaderno
4-Reflexiones en torno a las figuras del periodista y el etnógrafo relacionar con Geertz)
5-Relato basado en un sueño
6-Hipótesis sobre historia 1 e historia 1 en los cuentos del cuaderno de narración (basarse en Piglia)
7-Crónica de los días de humo
8-Crónica del BAFICI
9-Línea de tiempo de géneros de viaje a partir de textos de Moreno y Cardona
10-Notas de lector sobre zona Misiones (Walsh, Caparrós, Quiroga por lo menos)
11-Primeras cuatro preguntas basadas en Río Arriba
12-Texto a partir de testimonio (es una buena idea si también incluyen la entrega de desgrabación en bruto)
13-(opcional) Notas sobre Capote (Prefacio, Un día de trabajo)
14-Planificación de relato final basado en testimonio (narrador, estructura, investigación de contexto histórico, investigación biográfica, investigación de campo, género, etc.)
15-Fichaje de problemas marcados
16-Fichaje de teóricos

viernes, 30 de mayo de 2008

Esa Mujer, de Rodolfo Walsh

El coronel elogia mi puntualidad:
—Es puntual como los alemanes —dice.
—O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán.
Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
—He leído sus cosas —propone—. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada, simplemente deja establecido el terreno en que podemos operar, una zona vagamente común.
Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que nos ha reunido.El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
El bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
—Esos papeles —dice.
Lo miro.
—Esa mujer, coronel.
Sonríe.
—Todo se encadena —filosofa.
A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
—La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.
—¿Mucho daño? —pregunto. Me importa un carajo.
—Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años —dice.
El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.
Entra su mujer, con dos pocillos de café.
Contale vos, Negra.
Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como una nubecita.
—La pobre quedó muy afectada —explica el coronel—. Pero a usted no le importa esto.
—¡Cómo no me va a importar!… Oí decir que al capitán N y al mayor X también les ocurrió alguna desgracia después de aquello.
El coronel se ríe.
—La fantasía popular —dice—. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que repetir.
Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
—Cuénteme cualquier chiste —dice.
Pienso. No se me ocurre.
—Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de Badoglio.
—¿Y esto?
—La tumba de Tutankamón —dice el coronel—. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
—Pero el mayor X tuvo un accidente, mató a su mujer.
—¿Qué más? —dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
—Le pegó un tiro una madrugada.
—La confundió con un ladrón —sonríe el coronel . Esas cosas ocurren.
—Pero el capitán N. . .
—Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se pone en pedo.
—¿Y usted, coronel?
—Lo mío es distinto —dice—. Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
—Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
—Me gustaría.
—Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?
—Ojalá dependa de mí, coronel.
—Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.
—Mire.
A la pastora le falta un bracito.
—Derby —dice. Doscientos años.
La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara nocturna, dolorida.
—¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
—Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
—Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
—¿Qué querían hacer?
—Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido. ¡Cuanta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura, pero estamos todos hasta el cogote.
—Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que romper todo.
—Y orinarle encima.
—Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! —digo levantando el vaso.
No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
—Esa mujer —le oigo murmurar—. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
—Desnuda —dice—. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd —el coronel se pasa la mano por la frente—, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso…
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso, como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos. La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea, respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas, Y ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
—Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre aquella gran escena de su vida.
—…se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los pezones. Le di una trompada, mire —el coronel se mira los nudillos—, que lo tiré contra la pared. Está todo podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
—No.
—Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
—Pero esa mujer estaba desnuda —dice, argumenta contra un invisible contradictor—. Tuve que taparle el monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
Bruscamente se ríe.
—Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le demuestra.
Repite varias veces “Eso le demuestra”, como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me demuestra.
—Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
—¿Pobre gente?
—Sí, pobre gente. —El coronel lucha contra una escurridiza cólera interior—. Yo también soy argentino.
—Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
—Ah, bueno —dice.
—¿La vieron así?
—Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire, ¿sabe? Con todo, con todo…
La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más rémova encuadrada en sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un whisky.
—Para mí no es nada —dice el coronel—. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dése cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da, no me da… Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.
—A mí no me podía sorprender. Pero ellos…
—¿Se impresionaron?
—Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: “Maricón, ¿ésto es lo que hacés cuando tenés que enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo.” Después me agradeció.
Miró la calle. “Coca” dice el letrero, plata sobre rojo. “Cola” dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. “Beba”.
—Beba —dice el coronel.
Bebo.
—¿Me escucha?
—Lo escucho.
Le cortamos un dedo.
—¿Era necesario?
El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
—Tantito así. Para identificarla.
—¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve roja. “Beba”.
—Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
—Comprendo.
—La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.
—¿Y?
—Era ella. Esa mujer era ella.
—¿Muy cambiada?
—No, no, usted no me entiende. lgualita. Parecía que iba a hablar, que iba a… Lo del dedo es para que todo fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
—¿El profesor R.?
—Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel, pero de pronto esta ahí, su voz amarga, inconquistable.
—¿Enciendo?
—No.
—Teléfono.
—Deciles que no estoy.
Desaparece.
—Es para putearme —explica el coronel—. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las cinco.
—Ganas de joder —digo alegremente.
—Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
—¿Qué le dicen?
—Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
—Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.
—La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola, protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez ambula entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna, remedios, cigarrillos, vida, muerte.
—Llueve —dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
—Llueve día por medio —dice el coronel—. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
—¡Está parada! —grita el coronel—. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
—No me haga caso —dice, se sienta—. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su memoria.
Me paro, le toco el hombro.
—¿Eh? —dice— ¿Eh? —dice.
Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
—¿La sacaron del país?
—Sí.
—¿La sacó usted?
—Sí.
—¿Cuántas personas saben?
—DOS.
—¿El Viejo sabe?
Se ríe.
—Cree que sabe.
—¿Dónde?
No contesta.
—Hay que escribirlo, publicarlo.
—Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
—¡Ahora! —me exaspero—. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para siempre, coronel!
La lengua se le pega al paladar, a los dientes.
—Cuando llegue el momento… usted será el primero…
—No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
Se ríe.
—¿Dónde, coronel, dónde?
Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.
Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como una revelación.
—Es mía —dice simplemente—. Esa mujer es mía.


("Esa mujer" fue publicado en "Los oficios terrestres", Ediciones De la Flor, 1986).

jueves, 29 de mayo de 2008

Truman Capote

Prefacio a Música Para Camaleones, de Truman Capote

Mi vida – como artista, por lo menos – puede ser proyectada en un gráfico con la misma precisión que una fiebre, registrándose altos y bajos, ciclos específicamente definidos.

Comencé a escribir a los ocho años, inesperadamente, sin la inspiración de un modelo. No conocía a nadie que escribiera. En realidad, apenas si conocía a alguien que leyera. El hecho era que sólo cuatro cosas me interesaban: leer, ir al cine, zapatear y dibujar. Luego, un día, empecé a escribir, sin saber que me había encadenado, de por vida, a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación.

Pero, naturalmente, yo no lo sabía. Yo escribía historias de aventuras, novelas policiales, escenas cómicas, cuentos que me había narrado ex esclavos y veteranos de la Guerra Civil. Me divertía muchísimo, al principio. Dejé de divertirme cuando descubrí la diferencia entre escribir bien y mal, y luego hice un descubrimiento más alarmante aún: la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte. Una diferencia sutil, pero feroz. Después de eso, cayó el látigo.

Así como algunas personas practicaban el piano o el violín cuatro y cinco horas diarias, yo practicaba con mis lapiceras y papeles. Sin embargo, no mostraba a nadie lo que hacía. Si alguien me preguntaba en qué estaba ocupado todo ese tiempo, les decía que con mis tareas escolares. En realidad, nunca hacía tareas escolares. Las literarias me mantenían totalmente ocupado: se trataba de mi aprendizaje en el altar de la técnica, del oficio, de las endiabladas complicaciones de la división en párrafos, la puntuación, el empleo del diálogo, para no mencionar el gran diseño total, el gran arco que exige comienzo, medio y final. Había que aprender, y de tantas fuentes: no sólo de los libros, sino de la música, de la pintura, de la mera observación cotidiana.

En realidad, lo más interesante que escribí en ese tiempo fueron las simples observaciones cotidianas que asentaba en mi diario. Descripciones de un vecino. Largas transcripciones literales de conversaciones oídas. Chismes locales. Un tipo de reportaje, un estilo de “ver” y “oir” que más adelante influiría seriamente en mí, aunque entonces no me daba cuenta, pues todo lo “formal” que escribía, lo que pulía y pasaba cuidadosamente a máquina, era más o menos ficticio.

Ya a los diecisiete años era un escritor consumado. De ser pianista, ese hubiera sido el momento propicio para el primer concierto en público. Siendo escritor, decidí que era el momento de publicar. Envié cuentos a las principales publicaciones literarias y a las revistas de distribución nacional, que en aquellos días publicaban los cuentos de mayor “calidad”, como Story, The New Yorker, Harper’s Bazaar, Mademoiselle, Harper’s, Atlantic Monthly. Mis cuentos aparecieron, puntualmente, en las mismas.

Luego, en 1948, publiqué una novela: Otras voces, otros ámbitos. Fue bien recibida por la crítica y resultó un best seller. También, debido a una exótica fotografía de su autor en la contratapa, fue el comienzo de una cierta notoriedad que me ha perseguido todos estos años. En realidad, muchas personas han atribuido el éxito comercial de la novela a la foto. Otros restaron importancia al libro, como si se tratara de un extraño accidente: “Sorprendente que alguien tan joven pueda escribir tan bien”. ¿Sorprendente? ¡Sólo hacía catorce años que escribía, día tras día! En general, la novela fue una conclusión satisfactoria del primer ciclo de mi desarrollo.

Una novela corta, Desayuno en Tiffany’s, concluyó el segundo ciclo en 1958. Durante diez años experimenté con casi todos los estilos y formas literarios, intentando dominar una variedad de técnicas, lograr un virtuosismo tan fuerte y flexible como la red de un pescador. Por supuesto, fracasé en varias de las áreas que ensayé, pero es verdad que uno aprende más del fracaso que del éxito. Así fue en mi caso, y más adelante pude aplicar con gran provecho lo que aprendí. De todos modos, durante esa década de exploración escribí colecciones de cuentos cortos (Un árbol nocturno, Recuerdo de Navidad), ensayos y retratos (Color local, Observaciones, la obra contenida en Los perros ladran), obras de teatro (El arpa de hierba, Casa de flores), libretos para películas (Beat the Devil, The Innocents), y una enormidad de reportajes, la mayoría para The New Yorker.

En realidad, desde el punto de vista de mi destino creativo, lo más interesante que hice durante toda esta segunda fase apareció primero en The New Yorker como una serie de artículos, y posteriormente en un libro titulado Se oyen las musas. El tema era el primer intercambio cultural entre la Unión Soviética y los Estados Unidos: una gira hecha por Rusia, en 1955, por una serie de negros norteamericanos que representaban Porgy and Bess. Concebí toda la aventura como una breve novela cómica “verídica”, la primera de todas.

Unos años antes, Lillian Ross había publicado Picture, su historia de la filmación de una película, The Red Badge of Corage. Con sus rápidos cortes, las escenas retrospectivas o anticipatorios, era, en sí, como una película, y mientras la leía me preguntaba qué pasaría si la autora abandonara su dura disciplina lineal de reportaje directo y tratara el material como su fuera una novela: ¿ganaría o perdería el libro? Decidí ver qué pasaba, cuando se me presentara el tema apropiado. Porgy and Bess en Rusia, en pleno invierno, me pareció apropiado.

Se oyen las musas recibió críticas excelentes; incluso fue elogiada por medios generalmente poco benévolos conmigo. Aun así, no llamó especialmente la atención, y las ventas fueron moderadas. Sin embargo, el libro fue un acontecimiento importante para mí: mientras lo escribía, me di cuenta de que podría haber hallado solución a lo que siempre había sido mi mayor dilema creativo.

Desde hacía muchos años me sentía atraído hacia el periodismo como una forma de arte en sí mismo, por dos razones: primero, porque me parecía que nada verdaderamente innovador se había producido en la prosa, o en la literatura en general, desde la década de 1920, y segundo porque el periodismo como arte era casi terreno virgen, por la sencilla razón de que muy pocos escritores se dedicaban al periodismo y, cuando lo hacían, escribían ensayos de viaje o autobiografías. Se oyen las musas me hizo pensar de una manera totalmente distinta. Yo quería escribir una novela periodística, algo en mayor escala que tuviera la verosimilitud de los hechos reales, la cualidad de inmediato de una película cinematográfica, la profundidad y libertad de la prosa y la precisión de la poesía.

Sólo en 1959 un misterioso instinto dirigió mis pasos hacia el tema –un oscuro caso de asesinato en una región aislada de Kansas- y finalmente, en 1996, pude publicar el resultado: A sangre fría.

En un cuento de Henry James, creo que The Middle Years, el protagonista, que es un escritor en las sombras de la madurez, se lamenta: “Vivimos en la oscuridad, hacemos lo que podemos; el resto es la locura del arte”. Dice esto, más o menos. De todos modos, James habla con toda franqueza, nos dice la verdad. Lo más oscuro de la oscuridad, lo peor de la locura, es el inexorable riesgo que entraña. Los escritores, al menos los que están dispuestos a correr verdaderos riesgos, los que se aventuran a todo, tienen mucho en común con otra raza de solitarios: los que se ganan la vida jugando al billar y a los naipes. Muchos pensaron que estaba loco al pasar seis años recorriendo las llanuras de Kansas; otros rechazaron mi concepción de la “novela verídica”, decretándola indigna de un escritor “serio”. Norman Mailer la describió como “un fracaso de la imaginación”, queriendo decir, supongo, que un novelista debería escribir sobre algo imaginario y no sobre algo real.

Sí, fue como jugar al poker con apuestas altísimas. Durante seis largos años, en que sentí los nervios desquiciados, no supe si tenía o no un libro. Fueron largos veranos y helados inviernos, pero y seguía firme ante la mesa de juego, jugando la mano lo mejor posible. Luego, resultó que sí tenía un libro. Varios críticos se quejaron que “la novela no ficticia” era un término para llamar la atención, un fraude, y que no había nada de nuevo ni original en lo que yo había hecho. Otros, sin embargo, opinaron de manera distinta. Se dieron cuenta del valor de mi experimento y pronto lo pusieron en práctica. Nadie fue más rápido que Norman Mailer, que ganó mucho dinero y obtuvo muchos premios con sus novelas no ficticias (Los Ejércitos de la Noche, Of a Fire on the Moon, La Canción del Verdugo), si bien ha tenido mucho cuidado en no describirlas nunca como “novelas verídicas”. No importa: es un buen escritor y un gran tipo, y estoy agradecido por haber podido hacerle un pequeño favor.

La zigzagueante línea en el gráfico de mi reputación como escritor alcanzó una altura saludable, y allí la dejé un tiempo antes de pasar a mi cuarto ciclo, que supongo será el último. Durante cuatro años, aproximadamente entre 1968 y 1972, me dediqué a leer, seleccionar, corregir y clasificar mis propias cartas, las de otras personas, mis diarios (que contienen descripciones detalladas de cientos de escenas y conversaciones) correspondientes al período 1943-1965. Tenía la intención de utilizar gran parte de ese material en un libro que planeaba desde hacía años: una variante de la novela verídica. Lo titulé Answered Prayers (Plegarias escuchadas), que es una cita de Santa Teresa, quien dijo: “Se derraman más lágrimas por plegarias escuchadas que no escuchadas”. Comencé a trabajar en este libro en 1972, escribiendo primero el último capítulo (siempre es bueno saber adónde va uno). Luego escribí el primero, “Monstruos no malcriados”, después el quinto, “Un severo insulto al cerebro”, a continuación el séptimo, “La côte basque”. Proseguí de esta forma, escribiendo distintos capítulos fuera de secuencia. Pude hacerlo porque el argumento –o argumentos, más bien- eran verídicos, y todos los personajes, reales. No era difícil recordarlo todo, pues no había inventado nada. Sin embargo, no fue mi intención escribir un roman à clef, ese género en que los hechos se disfrazan de ficción. Mis intenciones eran lo opuesto: quitar los disfraces, no fabricarlos.

En 1975 y 1976 publiqué cuatro capítulos del libro en la revista Esquire. Esto enojo en ciertos círculos, en los que se tuvo la sensación de que yo estaba traicionando confidencias, maltratando a amigos y / o a enemigos. No quiero discutir esto; se trata de política social y no de mérito artístico. Diré solamente que todo lo que tiene el escritor para trabajar es el material que ha reunido como resultado de su propio esfuerzo y de sus observaciones, y no se le puede negar el derecho de usarlo. Se podrá condenar su uso, pero no negárselo.

No obstante, interrumpí Answered Prayers en setiembre de 1977, hecho que nada tuvo que ver con la reacción pública recibida por las partes ya publicadas. La interrupción se debió a que yo estaba pasando un momento terrible: atravesaba una crisis creativa y personal al mismo tiempo. Como la faz personal no estaba relacionada, excepto muy tangencialmente, con la creativa, sólo es necesario referirme al caos creativo.

A pesar de que fue un verdadero tormento, ahora me alegro de que haya ocurrido. Después de todo, alteró mi concepción total de la literatura, mi actitud hacia el arte, la vida, el equilibrio entre ambos y mi comprensión de la diferencia entre lo verdadero y lo realmente verdadero.
Por empezar, creo que la mayoría de los escritores, incluso los mejores, recargan las tintas. Yo prefiero aligerarlas, usar un estilo simple y cristalino como un arroyo de campo. Descubrí que mi estilo se volvía demasiado denso, que me llevaba tres páginas conseguir efectos que debería lograr en un solo párrafo. Volví a leer y a releer todo lo que había escrito en Answered Prayers, y empecé a tener dudas, no acerca del material o de mi enfoque, sino de la textura del estilo. Releí A sangre fría y tuve la misma reacción: en muchas partes el estilo no era tan bueno como debería ser, y no liberaba todo el potencial. Lentamente, con una alarma que iba en aumento, volví a leer que nunca, ni una sola vez en mi carrera de escritor, había explotado toda la energía ni toda la excitación estética contenidas en el material. Me di cuenta de que, hasta en las mejores partes, trabajaba con la mitad, e incluso un tercio, de las posibilidades que tenía. ¿Por qué?

La respuesta, que me fue revelada después de meses de meditación, era sencilla pero no muy satisfactoria. No hizo nada, por cierto, para disminuir mi depresión. Por el contrario, la empeoró. La respuesta creaba un problema aparentemente insoluble y, si no podía solucionarlo, mejor era dejar de escribir. El problema era el siguiente: ¿cómo puede un escritor combinar con buen resultado dentro de una sola forma –digamos el cuento- todo lo que sabe de todas las otras formas literarias? Pues a esto se debía el que mi obra estuviera, a menudo, iluminada insuficientemente: el voltaje existía, pero al restringirme a las técnicas de la forma en la que escribía en ese momento, no utilizaba todo lo que sabía del arte de escribir, todo lo que había aprendido de libretos, obras de teatro, reportajes, poesías, cuentos, nouvelles, novelas. Un escritor debía tener a su disposición, sobre su paleta, todos los colores, todas las habilidades para poderlos combinar y, cuando fuera apropiado, aplicar simultáneamente. La pregunta era: ¿cómo?

Retomé Answered Prayers. Descarté un capítulo y volví a escribir tros dos. Mejor, decididamente, mucho mejor. Pero la verdad era que debía volver al jardín de infantes. Allí estaba, otra vez, frente a una mesa de juego, aunque excitado, pues me sentía iluminado por un sol invisible. Aun así, mis primeros experimentos fueron torpes. Me veía como a un niño con una caja de lápices de colores.

Desde el punto de vista técnico, la mayor dificultad que tuve al escribir A sangre fría fue no participar. Por lo general, el periodista tiene que entrar en la obra como personaje, como observador testigo, si es que quiere mantener el libro dentro del plano de lo verosímil. Yo sentía que era esencial, para el tono aparentemente objetivo del libro, que el autor permaneciera ausente. En realidad, en todos mis reportajes, siempre intenté mantenerme lo más invisible que fuera posible.

Ahora, sin embargo, me coloqué en el centro del escenario y empecé a reconstruir, de una manera severa y mínima, conversaciones cotidianas con personas comunes: el encargado de mi edificio, un masajista en el gimnasio, un viejo compañero de escuela, mi dentista. Después de escribir cientos de páginas sencillas, llegué a conseguir un estilo. Había descubierto un marco dentro del cual podía asimilar todo lo que sabía del arte de escribir.

Más tarde, utilizando una versión modificada de esta técnica, escribí una nouvelle verídica (Féretros tallados a mano) y una cantidad de cuentos. El resultado es el presente volumen, Música para camaleones.

¿Cómo ha afectado todo esto al resto de mi obra en preparación, Answered Prayers? Considerablemente. Mientras tanto, heme aquí solo, sumido en mi oscura locura, completamente solo con mi mazo de naipes y, por supuesto, con el látigo que Dios me dio.

jueves, 22 de mayo de 2008

Notas sobre Caparrós de Andrea Parejas

Notas/Misiones – El Interior, Martín Caparrós

Parejas, Andrea A.

17.mayo.2008

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Al final, (¿por qué será que uno “inicia” una frase con la palabra “final”?- contradicciones de la lengua imagino) podría empezar esto con la frase: “todo tiene que ver con todo”. Y chau. Eso sería suficiente. Pero hoy tengo ganas de no ser tan poco expresiva, y decir un poco más. Resulta que El Interior de Martín Caparrós es para mí, uno de esos libros a los que denomino libro “biombo”, una especie de libro bisagra, que se plantó frente a mí dejando una marca, justamente eso, marcando una diferencia. Un antes y un después, como en todo viaje. Este libro es uno de esos que dejan algo (aunque hoy no pueda especificar qué) y más, me confirmó la existencia de preguntas que nunca voy a poder responder, respondió otras tantas y formuló algunas nuevas que quedarán ahí, en el aire, porque más allá de encontrar o no las respuestas algún día, me interesa, me moviliza, el simple hecho de que esas preguntan existan. Existan en el aire. Esas preguntas que permanecen ahí, volando, me ayudan a cambiar la mirada, mi mirada. Observando así el paso del tiempo, del paisaje, de los días, de los años. Mirando. Existiendo. Pensando. Observando la velocidad con la que la mirada de los otros pasa, simplemente pasa, pueden ver, pero no pueden mirar. O no quieren mirar.

Después de todo, ahora sé que no soy la única que alguna vez se cuestionó acerca del interior. Ese interior real, que ahí está, lleno de caminos, de viajes, de rutas, de miradas, de palabras, personajes, historias, que moviliza al interior-interior. Ese que es de uno, ese que no es material, pero que aunque no se puede ver, se puede mirar, y sobre todo indagar. Cuestionarse las preguntas que todos tenemos por ahí, en el aire, flotando, rebotando.

No sé si elegir releer El Interior en el colectivo de la línea 26, en el trayecto Rosario y Centenera – Retiro haya sido una buena idea. Pero así sucedió. Así volví a leer y sobre todo a mirar Misiones. Fue un viaje raro, un viaje dentro de un viaje dentro de otro viaje, y de otro, y de otro. Cuando pasaba por el Abasto, por la esquina Agüero y Corrientes, me imaginé, aunque en realidad creo que veía a Don Fernando hablándole a Caparrós sobre las maravillas de Andresito. Una mujer me preguntaba si faltaba mucho para la parada de Pueyrredón, creo que tardé en responderle, como si no viajara nunca en el 26. Es que le estaba preguntando a Mi Interior si en estas vacaciones de invierno, cuando acompañe a mi abuelo a Las Cataratas, no podría pedirle que pasemos por Andresito, y así ver si la calle con el nombre de Don Fernando ya existe o no. Y cuando sonó mi celular, y era Evangelina del otro lado, explicándome que ya estaba en Retiro, yo me “colgué” buscando alguna planta sobre la Avenida Corrientes, creo que es mucho si digo que vi tres. Y pensé que si Misiones es dos colores, el rojo y el verde, tierra y yerba. Buenos Aires, pero por sobre todo la Avenida Corrientes, es gris, mucho gris y negro, taxis, subte, teatros, Once y Obelisco. Y me reí. Me reí porque me acordé de algo que una vez le escuché decir a un mexicano: “no resulta fácil resumir en pocas palabras todo lo que tiene Buenos Aires. Pues fíjate que uno se queda corto de adjetivos cuando pretende describir cada pequeño lugar”. Creo que en el fondo me molestaba que “La Reina del Plata” vislumbre tanto a los ojos que vienen a mirar a este país. Me pregunto qué es lo que ven, qué es lo que realmente miran y qué es lo que realmente existe. El libro de Caparrós tranquilamente podría ser una guíaT nacional y ser ofrecido a cada viajante que llega a mirarnos, que viene a la Argentina a conocer el tango y nada más.

Ya en el último trayecto del 26, por Avenida Leandro N. Alem, antes de llegar a Retiro, estuve cuatro o cinco cuadras recordando o tratando de armar una lista, enumerar en mi cabeza todo lo que había significado para mí Misiones en estos veintidós años, cinco meses y un día de vida, y esto fue lo que conseguí:

- Las Cataratas, viajar a mojarte. Y aunque antes no te empapabas, ahora dicen que uno se moja mucho menos.

- La hermosa tierra roja que no encontré en ningún otro lugar.

- El perfume más lindo a tierra mojada.

- El color bordó, fuerte, de esa tierra roja que ahora está húmeda.

- El anteúltimo viaje que mis abuelos hicieron juntos.

- El lugar donde mi abuelo quiere volver porque extraña a mi abuela y dice que ahí la puede extrañar un poco menos.

- Las anécdotas que mi abuelo me contaba cuando yo tenía 10 años sobre monos y sapos gigantes.

- El próximo viaje que voy a hacer con mi abuelo.

- La provincia argentina que por su ubicación geográfica parece más brasuca que sudaca.

- Yerba

- Mate

- Tardes de mates, viajes a Junín y grandes charlas con amigos.

- Caparrós/Erre/Don Fernando/Andresito/Posadas.

- Línea 26.

- Avenida Corrientes.

- Los mates que iba a tomar esa tarde con Evan.

- Las notas de lector que escribo.

- La lapicera que compré para poder escribir por primera vez estas mismas palabras, después está la computadora y todo es más fácil, claro.

Y así fue como el principio se convirtió en final. Finalmente, me doy cuenta que todo tiene que ver con todo. Y recordé esa buena manía que tiene el señor de los bigotes chistosos (Caparrós para los que no lo conocen), de poder hacer de la lectura mi pasatiempo favorito. Había llegado a Retiro casi sin darme cuenta. Esa capacidad de algunos de poder mostrarme con palabras paisajes lejanos, y hasta para algunos, invisible a los ojos. ”Invisible”, hasta que lo leemos y así, podemos imaginarlo. Y comprobar que muchas veces la imagen, puede ser igual, no más, que mil palabras. Porque a veces, cuando uno se encuentra lejos de ciertos lugares (y créanme que lo digo por conocimiento de causa) las palabras también te llevan, te ayudan a estar ahí. A poder mirar.

Cuando me di cuenta, ya estaba en Retiro, y al terminar de hojear Misiones y dar vuelta la página, Caparrós comenzaba a mirar a la provincia de Corrientes. Yo acababa de viajar por Corrientes. Es curioso como me dejé llevar. Cómo me gusta que el interior me lleve constantemente. Después de todo, siempre voy a ser de más allá y no tanto de acá, de ese interior, de una parte de ese interior. Porque Misiones también me pertenece.

Al final, Evangelina vino a visitarme desde La Plata a Capital Federal, fui a buscarla a Retiro y sin salir de la provincia de Buenos Aires, viajé por Corrientes pero anduve por Misiones. El mundo, mi país, es un lindo pañuelo.

jueves, 15 de mayo de 2008

Ensayo de Iñaki Arzuaga de 2007 sobre El Interior, de Martín Caparrós

Iñaki Arzuaga

Consigna: Ensayo acerca de El Interior de Martín Caparrós, retomando las notas de lector anteriores sobre los primeros capítulos del libro.

Buscando el país de nunca jamás

Un cronista es quien puede contar cosas que sorprenden por lo creativamente pensadas y por la forma en que las cuenta. El mundo es del color del cristal con que se lo mira, dicen. Habría que agregar que es, también, lo que la forma del marco del anteojo permite encuadrar. Porque como diría Angela, la chica de Cuando ella saltó, mirar y ver no es lo mismo. Uno mira con lo que tiene adentro suyo. El Interior es como un ovillo que se va desenrollando, despacio, con ironía, y que en los diferentes cruces del camino va construyendo un tejido con forma de país. Aquel país que para el cronista está hecho de lo que se perdió; pero que intenta encontrar a través del viaje porque hay una voz que le dice “busca lo que nunca perdiste”

“La idea es que, si la gente no piensa, nunca va a tumbar esto, y que acá se puede aprender colectivamente a pensar. Esto es la protohistoria, Martín, no es ni la historia ni los años sesenta. Es pensar que otra vez hay que ponerse a pensar, a buscar algo que no sea esa pantalla que te dice compre esto, compre lo otro. Pensar que uno va a ser el abono, el camino de huesos que va a pisar mucha gente hasta que se pueda cambiar algo...” Como diría León (Gieco), “es cómo piensa la gente a veces la diferencia”. Y es esto lo que el cronista intenta ver, mostrar, pensar. Este cronista que llega hasta la última página pensando que su historia es parte de la historia de algo que nunca ha perdido (un país).

Elinterior (así, todo junto) es “mucho más que un país: una palabra”, dice el cronista. En la palabra está el poder de la identidad, parece decir. Y está también la forma (así, todo junto); la forma en que la realidad se vuelve símbolo. Pero, más tarde, este cronista que historiza, que envuelve y desenvuelve, que pero viene, descubre que en los orígenes de la patria, los porteños le sacaron a Córdoba “un símbolo de su poder, la única imprenta del país, para instalarla en la plaza de Mayo y decir aquí es donde se imprime la palabra: donde se decide y se maneja la palabra”. Y, de nuevo, ¿cuánto importa una palabra?, ¿y un pensamiento?, ¿quién tiene la palabra?... La palabra es dominio. Y rebelión.

A lo largo de los capítulos, el cronista se preocupa por ese poder de la palabra para generar acciones y sustentar identidades. Y se ocupa de conceptualizar a partir de la descripción el efecto de quienes monopolizan la palabra, del status de la palabra. En San Juan el cronista dice que la publicidad otorga el prestigio de ser modernos. “Mar del Plata te espera”, recuerdo que decía una publicidad el verano pasado... ¿un lugar espera algo acaso? ¿no serían las personas quienes debieran esperar cosas? ¿quién tiene el poder de decidir qué mirar: el mar o la gente? Como diría Chango Spasiuk, la flor no necesita explicación, sólo tiene sentido si alguien se acerca, la mira, la huele... y la flor está ahí, sin ningún cartel que diga “esto es una flor” ¿Por qué será que el turismo necesita rótulos?, parece preguntarse el cronista... Medios y turismo, viaje y mirada... Binomios de suma cero: si gana uno, pierde el otro.

Interior, medios de comunicación, poder, estereotipos y monopolio de la palabra están condensados en el siguiente fragmento que el cronista deja en suspenso, haciendo que el silencio sucedáneo sea más que elocuente: “Leo en la página trece del Diario de Cuyo que ayer murieron tres personas en accidentes de tránsito. Después el artículo dice que uno era un obrero rural en bicicleta pisado por un camión cuando iba a trabajar, otro un chico atropellado por un colectivo mientras jugaba al fútbol y otro un ciclista por un camión. Me imagino los títulos de primera página si hubiera muerto en un asalto” ¿Decisión mediática? ¿Decisión empresarial? ¿Patrón inconsciente? ¿Decisión política? Confianza excesiva en los medios, probablemente... Como la señora que esperaba que el problema de su sándwich con un gusano trascendiera, o el señor que creía la población de su ciudad porque lo decía Clarín. El poder de los medios...

Un medio de comunicación y lo que un proyecto político hace con él es, podría decirse, un aspecto de la frontera. Un proyecto político es, en todo sentido, la delimitación de algo: un algo. “... Los hijos de los argentinos también están muy familiarizados con el portugués, sobre todo por la televisión”... “A la entrada del pueblo hay un cartel: Sólo se ama lo que se conoce. La patria comienza en la frontera. Bienvenidos a Bernardo de Irigoyen” De nuevo: ¿qué es una frontera?, ¿qué es la patria?, ¿cuándo se entra a un país?, ¿una frontera es un lugar comunicado? Los medios ponen en juego identidades que se desvirtúan o que quedan entre bambalinas porque lo único que interesa (no siempre) es montar un escenario donde las cosas suceden. Como esa escena de Historias Mínimas en que la chica de pueblo que se gana una multiprocesadora termina con el inútil set de belleza porque no tiene donde enchufarla. Había algo oculto, bello, en la mirada de esa chica que la escenificación del programa televisivo en el participó no llegaba a reflejar. En esos huecos se mete el cronista

“... que para eso sirven los medios, y la radio en este caso, para que todos puedan viajar, algunos en los hechos, otros con la imaginación: que esa también es la tarea social que los medios le deben al la gente” Y el cronista se ríe, un poco... Quizás por lo de tarea social; o por esa voluntad exagerada de colaborar en la vida de las personas con que parecen contar los medios de la que la cita se hace eco: viajar con la imaginación, lograr la igualdad. Noble tarea la de los medios...

Cruel en el cartel

La propaganda manda

Cruel en el cartel

“Viajar por las zonas turísticas es más complicado –porque todo está hecho para que sea más fácil. Es como mirar la tele: todo preparado para que cumplas con un papel de receptor para dejarte en un lugar acotado, cerrado”. El turismo que cierra; el viaje que abre (interrogantes).

En definitiva, todas esas cosa que ve el cronista pueden ser cotidianas. Como el mate, es decir, chupar agua a través de un fierrito. Pero ver, ser conscientes de lo que nos constituye, es semilla que siembra el cronista. Ver no suele ser algo fácil cuando de lo que se trata es uno mismo –lo argentino. Hace pocos días una persona me contó que su hija de veintitantos años que sale del país al menos dos veces por año (y ya no digo “viaja”...), había vuelto de Machu Pichu y un comentario en el café había sido que estaba perdiendo la capacidad de asombro. No le dije nada a esa persona. Sólo pense cómo sería estar frente al Aconcagua, o con los pies en un río cordobés, o caminando la tierra colorada de Misiones o un valle salteño; más simple aún, pensé en esa descripción que el cronista realiza de su vuelta, de esa tranquilidad de ver llanura nuevamente. Volver con necesidad, ser capaces de mantener el asombro, mirar (“aquello que, de otra forma, no miraríamos”), no asustarnos de estar en paz ni de estar perdidos en lo conocido/desconocido; ¿eso sería viajar?

domingo, 11 de mayo de 2008

Libros en línea

En este sitio pueden encontrar material en línea muy interesante:
http://www.librostauro.com.ar/

martes, 29 de abril de 2008

Adhesión al paro

Hola a todos,
Les aviso que voy a adherir al paro del miércoles, con lo cual no habrá clases. También les envío información enviada por CONADU histórica explicando los motivos del reclamo.
saludos,
Celia

Paro de CONADU Histórica
MARTES 29 y MIÉRCOLES 30 DE ABRIL

FEDERACIÓN NACIONAL DE DOCENTES, INVESTIGADORES y CREADORES UNIVERSITARIOS

Personería Gremial MTEySS Nº 339/08
INTEGRANTE DE LA Central de los Trabajadores Argentinos

Delegación Buenos Aires: Paraná 446 - 7º "A" (1017) - Ciudad de Buenos Aires

Resoluciones del Consejo Directivo de CONADU HISTÓRICA-CTA

En la Ciudad de Buenos Aires, a los 25 días del mes de abril de 2008, siendo las 13:00 hs. se constituye el Plenario de Secretarios/ as Generales de la Federación Nacional de Docentes, Investigadores y Creadores Universitarios (CONADU Histórica), con la presencia de los representantes de las siguientes Asociaciones de Base: 1) AGD-UBA, 2) ADIUNJu (Jujuy), 3) ADUNCE (Centro), 4) ADUNC (Comahue), 5) FADIUNC (Cuyo), 6) ADUL (Litoral), 7) ADUNLU (Luján), 8) ADUNNE (Nordeste), 9) ADIUNSa (Salta), 10) ADICUS (San Juan), 11) ADUNS (Sur), 12) ADU ( La Pampa ), 13) ADUNaM (Misiones), 14) ADIUNQ (Quilmes), 15) AGD-IUNA y 16) ADIUNT (Tucumán), 17) ADU-PSJB(Pata. SJB)
Finalizado el informe de Mesa Ejecutiva por Secretaría General y los correspondientes a las Asociaciones de Base a través de los/as Secretarios/ as Generales, y luego de las deliberaciones en base a los mandatos recabados en torno al plan de acción futuro, el Plenario de la CONADU HISTÓRICA RESOLVIÓ:
1) Rechazar la propuesta salarial del gobierno nacional porque:
¨ Se realiza en cuotas extendida hasta Diciembre 2008,
¨ Adiciona montos no bonificables
¨ Destruye aun más el nomenclador de cargos, dedicaciones y antigüedad.
¨ Es insuficiente su monto frente al índice de inflación real.
2) Ratificar la continuidad del Plan de Lucha Nacional de la Federación por un salario equivalente a la media canasta familiar para el cargo testigo ($2.000), aplicación y plena vigencia del nomenclador del año '87, jubilaciones móviles, pago a los ad-honorem, carrera docente y estabilidad laboral, capacitación docente gratuita y presupuesto para mejores condiciones de higiene infraestructura y seguridad.
3) Convocar un Paro Nacional de los Docentes Universitarios por 48 horas para los días Martes 29 y Miércoles 30 de abril, con acciones de movilización y debate en todo el país.
4) Convocar a un próximo Plenario el día Sábado 03 de Mayo a las 10 hs.
Ciudad de Buenos Aires, 11 de abril de 2008.-
Claudia Baigorria José Del Frari Jorge Ramírez Sec. General
Sec. general Sec. Adjunto Sec. de Organización
(011) 15 6725 8433 (011) 15 6733 1864 (011) 15 6733 1860

viernes, 25 de abril de 2008

Comentario de Link sobre notas de Walsh en 1969*

EN MARZO DE 1969 WALSH había publicado en CGT la que sería su última "pro­ducción periodística" para ese periódico: "Vuelve la secta del gatillo y la pica­na ". En mayo de ese mismo año aparece un fragmento de ¿Quién mató a Rosen­do? bajo el título "Qué es el vandorismo". Pero ese mes Walsh está ya en otra parte: en Fisherton y Resistencia y Las Toscas y Villa Ocampo, realizando, con Pablo Alonso, la investigación para una nota sobre la gloría y la decadencia de La Forestal, la tristemente célebre compañía productora de tanino. Siete días in­vierte Walsh en ese viaje. Entre mayo y agosto, mes de publicación de la nota en Georama, el periódico CGT es prohibido y pasa a la clandestinidad. Indepen­dientemente de lo que Walsh pensara en ese momento, lo cierto es que debe vol­ver al otro periodismo. En Georama, Siete Días, Panorama y La Opinión apare­cerán, durante los dos años siguientes esporádicas colaboraciones. ¿Quién mató a Rosendo?, mientras tanto, se convierte en un best-seller. Las notas que se re­producen a continuación continúan, temática y retóricamente, las dos series de Panorama que presentamos antes. Sobre la nota publicada en Siete Días escribe, lo que da una buena idea de su método de trabajo: "Para la nota sobre luz eléc­trica invertí 60 páginas de apuntes y transcripciones, unas 30 páginas de borrado­res y 20 páginas de original, es decir un total de 110 carillas dactilografiadas. Realicé unas 6 horas de grabación. Invertí un total de 87 horas de trabajo, reparti­das en 13 días, o sea casi 7 horas diarias."


*Publicado en El violento oficio de escribir, ed. Planeta, 1995.

Kimonos en la tierra roja, de Rodolfo Walsh

KIMONOS EN LA TIERRA ROJA

Vinieron de lejos con sus tractores y sus canciones.

Nueve años más tarde enfrentan la secular desgracia del campe­sino japonés: no era esta la tierra prometida.

Sobre la tierra roja que se abre muy cerca en perspectivas de selva, las muchachas bailan vestidas con el kimono y el obi multicolores y toca­das con grandes sombreros de paja. El tiempo, el sol y el agua han propiciado la cosecha que las conmovidas voces agradecen al cielo en su canto, mientras las manos miman el movimiento de sembrar.

Las campesinas que en la media luz del crepúsculo reviven las an­tiguas invocaciones mágicas se llaman Yashiko Takeichi, Aíko Kanmuse, Sachiko Kawamura, Yoshiko Kotó, pero sobre el fondo de la fotogra­fía que registra su danza, se recorta sombrío en el cielo un lapacho.

Porque esto no es Japón. Esto es Misiones.

Cuando Pablo Alonso y yo nos vamos esa tarde de Colonia Lu­jan, llevamos la pena de no quedar más tiempo con esa gente maravi­llosa y desdichada. Y en los lugares más imprevistos me asalta la me­lodía del kono ionó haná, desgarrando la tarde; me sonrío con la seriedad imperturbable del niño Sinichi; o dialogo sin palabras posi­bles con la viejita Yatsuda que perdida quién sabe en qué brumas de separación y congoja cose sus paquetes para irse.

Es ya mucho después, traqueteando en un ómnibus por imposi­bles caminos, a la salida o entrada de un pueblo cualquiera, ocres de polvo o amarillos de tedio y fatiga, que oigo a Pablo murmurar entre sueños:

–La princesa.

Y sé sin duda posible que está nombrando a Yukíe, y que la está viendo como yo la veo, quitándose las sandalias para entrar en su cuarto, sus manos pasando los hojas del cuaderno de música o su cara bellísima diciendo palabras que nunca podré comprender.

EL PAÍS DE LA PROMESA

Sobre la ruta 14, a mitad de camino entre Posadas y Puerto Iguazú, se extienden las 3.100 hectáreas compradas en 1957 por el gobierno ja­ponés para radicar noventa familias emigrantes. El pueblo más próxi­mo es Garhuapé, y el centro de influencia Puerto Rico.

La forma en que llegó aquí Shigemori Matonaga resume la for­ma en que llegaron los demás. Campesino en la provincia de Niasaki, era dueño de cuatro hectáreas. Le ofrecieron treinta en la remota Mi­siones. ¿Misiones? Le mostraron películas en colores donde se veían naranjales parejos, suaves colinas cubiertas de pinares, arboledas de tung con sus flores rosadas. Vendió su chacra, pagó la primera cuota de la tierra desconocida que valía dos mil dólares y se vino con su fa­milia de siete personas.

Lo que no le dijeron fue que la mitad de su chacra estaba cubier­ta de monte, que las piedras que afloran en la tierra harían trizas las rejas del arado, que las lluvias arruinarían una y otra vez su cosecha de tabaco.

A Sadehiro Yamato le pintaron un cuadro aún más idílico. En poco tiempo se haría tan rico que tendría un auto negro, y su mujer un auto rojo, y sus hijos un auto verde. Tres años después mira contrito en grabador Hitachi en que va quedando estampada la historia de su desilusión.

–Yo grabador antes tengo –dice–. Vendí. Máquinas de foto, dos tengo, también vendí Radyo, motobizicureta, térra de japonés, todo vende. Este año motor vendo, nada queda.

Había traído sus máquinas, sus vehículos, sus equipos electró­genos. Hoy sólo quedan tres jeeps, un tractor. Los hombres aran la tierra con lentos bueyes, las mujeres acarrean el agua con baldes su­jetos a largas pértigas, lámparas de kerosén parpadean de noche en las casas.

–Todos pensando cómo vivir –dice en la administración este hombre de lentes redondos que enmarcan unos ojos pequeños y oscu­ros donde late una misteriosa alegría–. Colonos muy pobrecitos, si Misiones no ayuda colonia, levanta colonia.

Suso Sekiya ríe brevemente tras este enunciado dramático. Todo el mundo sabe que Misiones –que atraviesa la peor crisis de los últi­mos treinta años– no puede ayudarlos. En realidad, la colonia se está despoblando sola. El año pasado se fueron quince familias, a Posadas, a Buenos Aires, o de regreso al Japón. Este año, otras quince.

En Puerto Rico, el comerciante Osvaldo Brandt explica lo su­cedido:

–Iniciaron cultivos a largo plazo: tung, citrus, madera. Esas plantaciones rinden después de varios años. Se quedaron sin dinero, nadie los financió, debieron vender las máquinas para vivir. Es una lástima porque en poco tiempo más hubieran salido a flote.

En el invierno de 1966, el éxodo general era una certidumbre, a menos que ocurriera un milagro.

EL PÁRAMO

Llegamos por los caminos de la colonia a una chacra reducida a malezal donde vive la familia Nisiuchi. Una choza fabricada con rezagos de láminas de madera (regalo de la cercana laminadora) tiembla a im­pulsos del viento.

El padre está afuera, trabajando. La señora Nisiuchi, vestida con unos pantalones remendados, se encorva al caminar, mira de soslayo con una sonrisa desdentada.

–No hay prata –repite sin cesar, abarcando el desolado paisa­je–. Capuera todo, todo.

Ese "todo" explosivo, casi monosilábico, define el mundo redu­cido a páramo, las esperanzas perdidas en días y noches de trabajo sobre surcos y liños, la miseria ensañada en los seis chicos (dos argenti­nos) que revolotean a su alrededor.

Llegamos después a un increíble, altísimo, desventrado galpón de láminas y paja, que es al mismo tiempo casa, gallinero, secadero de tabaco. Una vieja de cabello blanco y cara dulce se pasea en la bru­mosa penumbra hendida de rayos de sol, extraviada y sola y triste co­mo un fantasma.

–Yendo –dice–. Yendo.

Es lo único que se le entiende antes que vuelva a una elegía in­sondable que recita para ella sola, caminando, tocando los cajones donde ha embalado todas sus cosas, bajo el techo altísimo, las paredes finas como papel por donde se cuela un viento agrio y frío.

Se ríe como una loca cuando descubre a Pablo agazapado tratan­do de fotografiarla. Ahora está sentada en una cama, cosiendo un pe­queño zurrón en que embala su ropa. Se ha puesto anteojos y sigue murmurando esa honda letanía, hasta que de pronto surgen nítidas en castellano esas dos palabras "Marido morir", seguidas nuevamente por el flujo indescifrable: mágoga rokuni... Esta es la señora Yatsuda, olvidada hasta de sí misma, un símbolo, una sombra, regresada a una edad infantil en que canturrea y camina por un prado, allá lejos, y es feliz porque nadie se ha muerto.

Su hijo nos cuenta la misma historia de todos. El tabaco. La lluvia. Setiembre planta tabaco. Marzo cosecha tabaco. Julio vende tabaco. Pe­ro lluvia siempre, lluvia pudre tabaco. Sonríe esa sonrisa inexpugnable, y es tal vez un momento de debilidad lo que tiene cuando dice:

–Aquí, amigos tan pocos.

En la chacra de Yatsuda, la fruta del tung se pudre en el suelo. Los que plantaron y debieron aguardar seis o siete años para cosechar, han contemplado, impotentes, la caída descomunal del precio. Yamato sacó 75.000 pesos por sus dos toneladas de tabaco, pero sus gastos del año ascienden a 200.000. Sasaki obtuvo 240.000 pesos, necesita 350.000. Nomata ha vuelto la espalda a su plantación de yerba, cuya cosecha está prohibida este año y se defiende con un pequeño alma­cén. Yamato, nuevamente, mira su pequeña plantación de yute y dice con resignado humor:

–Con yute hacer piola. Con piola, ahorcar. Pero otros resisten todavía.

LOS QUE SE QUEDAN

Frente a la casa de ladrillos y madera de Hidesaburo Hayashi, se ex­tiende la mancha negra de la fruta del tung tendida a secar. Con su mujer Yoshíe y su hijo Tomotada, tienen dieciocho hectáreas que este año dio su primera cosecha y les permitió asociarse a la tungalera de Santo Pipó. En el establo gruñen veinte cerdos y doce lechones. Los Hayashi admiten que hasta ahora trabajaron solamente para comer, pero el año próximo ha de alcanzarles para desmontar el resto de su chacra.

Ellos están a salvo.

También parece estarlo este anciano salido de una estampa que camina doblado en inverosímil ángulo recto. Se llama Takahei Shin y tiene 75 años. Sus hijos nos dicen que aún no piensan irse. Estuvieron cuatro años en Santo Domingo y se vinieron porque había muchas re­voluciones. El viejito entra en la cocina, se arrima en cuclillas al fue­go donde hierve una olla negra, y la sonrisa con que dice "Gracias" cuando nos vamos parece también animada por un antiguo fuego.

En el patio de la familia Ida hay un jeep, y en el interior de la ca­sa la familia termina de almorzar: la sopa de puerros (misusiru), el arroz con palitos, y a modo de té, un mate cocido verde y transparente en jarritos de porcelana.

Harumi Ida tenía dieciocho años en 1937 cuando fue a pelear a China como soldado raso. Cuatro años después regresó a su patria y quedó de guarnición en Shikoku hasta el fin de la guerra. Cuando vol­vió a su ciudad natal, su casa no existía y su familia había muerto. La ciudad era Hiroshima.

En la casa de Harumi, uno entra con la prisa algo insolente que demanda un fatigado oficio; sale haciendo instintivas reverencias y juntando los pies. Hay algo intangible que va más allá de la certera cortesía de cada movimiento, cada palabra, como si entre estos cam­pesinos la palabra cultura reasumiera su significado original.

Les pedimos que canten y vemos, ya sin asombro, que los cinco miembros de la familia leen música. Ahí están todos juntos alrededor de la mesa, el reposado Harumi, la apacible señora Yoshiko, la her­mosa Yukíe, el serio Ryuske y el joven Shogi pulsando una guitarra. Unidos de pronto en el recuerdo del país que dejaron, cantando con voces tiernas y afinadas a la luna que asoma sobre el viejo castillo en ruinas: Kosyo no tsuki.

La familia Ida llegó hace apenas un año. En ellos las esperanzas están intactas, como los tabiques de madera de su casa, el motor eléc­trico, el jeep, la firme sonrisa de Harumi y sus hijos.

SINICHI Y COMPAÑÍA

En la galería de la escuela, Kasuya Hoka nos habla en un castellano claro aunque sacudido por corrientes eléctricas. Kasuya tiene diez años, una belleza de porcelana y una malicia jocunda y desaforada.

Por el camino se acerca una pequeña silueta, con su portafolios bajo el brazo.

–Ahí viene Sinichi –dice Kasuya.

–Ah –le respondo–. ¿Es tu amigo?

–No –dice Kasuya–. Es Sinichi.

–Pero es tu amigo.

–No –dice Kasuya–. Es mi enemigo.

A diferencia de Kasuya, Sinichi tiene una seriedad impávida. Camina y se mueve con cierta rigidez ceremoniosa que ya es elegan­cia ancestral.

–Buen día, Sinichi –le digo.

Los ojos de Sinichi se dilatan de asombro (no hemos sido pre­sentados). Parece que va a sonreír, pero se contiene y es apenas un gesto imperceptible de diversión e intriga lo que se dibuja en sus la­bios. Hace una pequeña reverencia y contesta:

–Buen día.

Sinichi tiene doce años. Lleva la casaca negra, abotonada hasta el cuello con dorados botones repujados de emblemas, que usan en su país los escolares.

–Así que Kasuya es tu enemigo –le comento.

–No –responde Sinichi–. No es mi enemigo.

–Él dice que sí.

–No –dice Sinichi–. Es medio enemigo. En el Nordeste argentino los maestros rurales están acostumbra­dos a resolver problemas difíciles. Quizá ninguno más arduo que el que se les presentó a los esposos Kiang cuando en 1963 se hicieron cargo de la escuelita provincial número 86, que sirve a la colonia. Cé­sar Kiang es argentino y desciende de japoneses de Okinawa, pero no hablaba una palabra de japonés. Su mujer, Myriam Acevedo, es correntina.

Los chicos no entendían castellano y la comunicación con ellos parecía imposible.

–Les contaba cuentitos, siguiendo el método común –recuerda Myriam–. Yo veía esos ojos enormes y fijos, después los primeros bostezos. No comprendían nada y se aburrían. Apelé a los dibujos y las cosas mejoraron. Pedí diccionarios y poco a poco aprendí el japo­nés. Hoy los chicos de sexto grado estudian con los de primero infe­rior y les sirven de intérpretes.

El hijo mayor de los Kiang tiene ocho y estudia en la misma es­cuela con los sesenta japonesitos. Se llama César Antonio, pero ellos lo han rebautizado Koshi. Resulta curioso oír a este pequeño correntino de pelo rubio hablar en japonés con sus compañeros. Por supuesto Koshi está desarrollando precoces aptitudes filológicas. Gozosamente nos explica que "Aña" quiere decir diablo, tanto en japonés como en guaraní.

El éxodo de la colonia preocupa a los Kiang.

–Ahora que las cosas iban bien en la escuela –comenta Cé­sar– empiezan a irse.

VOCES EN EL CREPÚSCULO

Hay una flor (decía la canción) que crece igual que las demás pero sin que nadie la vea y que muere con lágrimas. Es la flor del primer amor.

Hubo un samurai que volvía de tierras lejanas con su compañero herido y juró morir con él, y al pisar su patria se hizo el harakiri junto al cadáver del guerrero.

Hubo un guardafaro que tenía una hija, y la hija contemplaba to­das las tardes el mar por donde debía venir su prometido que nunca volvió.

La tarde se desgrana en antiguas canciones, lentas y mágicas danzas sobre la roja tierra misionera, brillos de marfil de las manos, belleza hierática de las caras, esplendor de las sedas bajo el último sol. Una sombrilla roja está caída en el suelo. Aíko Kanmuse baila por última vez con sus compañeras. Mañana se irá para Buenos Aires.

En las sombras iniciales de la noche flotan con punzante ironía las palabras extrañas que agradecen a la tierra la buena cosecha. Por­que eso, también, parece ahora una leyenda.